
Slogan Nro1: “La ruta desde la pobreza hacia el empoderamiento comienza con el click de un mouse.”
Créase o no, expertos en el área de “sociedad de la información" publican este tipo de afirmaciones en revistas especializadads. A los hechos me remito. Este cliché sintoniza perfectamente con la Carta de Okinawa ya citada y fundamentalmente entronca con los documentos de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información. El intento de Informatizar la pobreza no propone soluciones concretas para el problema real y concreto: la pobreza y la más injusta distribución de la riqueza de la cual la humanidad tenga memoria.
Por su parte, el Plan de Acción de la CMSI presenta como premisas los objetivos de conectar todas las aldeas del planeta, todas las escuelas del planeta, llevar computadoras, cables y conectividad a todos los rincones del globo. Esto, presentado así, no es más que un redireccionamiento de fondos de financiación de las agencias de cooperación, los organismos internacionales y los gobiernos hacia el sector privado y las escasas cinco o seis empresas globales capaces de efectuar semejante titánica tarea. Sin contar que la mayoría de los gobiernos se endeudarán a partir de créditos otorgados por los organismos internacionales, justamente, para informatizar la pobreza.
Lo que es más grave es que estos postulados que se podrían encuadrar dentro del “reclamo por infraestructura" no provienen solo del sector de las grandes corporaciones, que es en definitiva el principal beneficiado, sino que vienen justamente de muchas organizaciones de la sociedad civil y de un gran porcentaje del sector académico que se hacen eco de la tecnoutopia reinante de que las computadoras fomentan el “empoderamiento de las poblaciones marginadas". (Sea lo que sea que signifique la palabra “empoderamiento").
Por otro lado, nos enfrentamos al dilema de que ignorar la revolución de las comunicaciones y los cambios que trae aparejados en el mundo del trabajo, las relaciones sociales, la educación y la libre distribución de conocimiento nos dejaría aún más rezagados entre las naciones del planeta. Entonces nos encontramos ante la exigencia de hacer una valoración crítica y planear estratégicamente el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación.
No se puede afirmar que el uso de TICs elimine la exclusión, pero si es altamente probable que su “no apropiación" sí la fomente. Estamos en un mundo que tiende cada día más a la automatización mientras que la red internet supone la mayor redistribución de conocimiento jamás vista por la humanidad y pone al alcance de las comunidades y las personas una herramienta potente de comunicación. Pero el real aprovechamiento de esas potencialidades no viene dado por el mero hecho de “acceder a la computadora", sino más bien por la capacidad de las personas de hacer un uso significativo de esta nueva forma cultural.
Por lo tanto, es imprescindible analizar el impacto de los planes y programas de “conectividad", analizar los entornos donde se van a instalar los centros de “acceso" y trabajar el uso de TICs con una visión que incluya las problemáticas de la pobreza y la marginación, sin olvidar un análisis previo de la infraestructura existente. No sólo se trata de comprar computadoras y llevarlas a las localidades más remotas y/o marginadas, sino evaluar previamente las condiciones en las que se instalará un punto de acceso en materia de energía, arquitectura y necesidades sociales de la localidad.
Esto implica establecer políticas de mediano y largo plazo en materia de TICs, educación, ciencia y tecnología y no simplemente reclamar y mantener planes de conectividad de corto plazo.
Créase o no, expertos en el área de “sociedad de la información" publican este tipo de afirmaciones en revistas especializadads. A los hechos me remito. Este cliché sintoniza perfectamente con la Carta de Okinawa ya citada y fundamentalmente entronca con los documentos de la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la Información. El intento de Informatizar la pobreza no propone soluciones concretas para el problema real y concreto: la pobreza y la más injusta distribución de la riqueza de la cual la humanidad tenga memoria.
Por su parte, el Plan de Acción de la CMSI presenta como premisas los objetivos de conectar todas las aldeas del planeta, todas las escuelas del planeta, llevar computadoras, cables y conectividad a todos los rincones del globo. Esto, presentado así, no es más que un redireccionamiento de fondos de financiación de las agencias de cooperación, los organismos internacionales y los gobiernos hacia el sector privado y las escasas cinco o seis empresas globales capaces de efectuar semejante titánica tarea. Sin contar que la mayoría de los gobiernos se endeudarán a partir de créditos otorgados por los organismos internacionales, justamente, para informatizar la pobreza.
Lo que es más grave es que estos postulados que se podrían encuadrar dentro del “reclamo por infraestructura" no provienen solo del sector de las grandes corporaciones, que es en definitiva el principal beneficiado, sino que vienen justamente de muchas organizaciones de la sociedad civil y de un gran porcentaje del sector académico que se hacen eco de la tecnoutopia reinante de que las computadoras fomentan el “empoderamiento de las poblaciones marginadas". (Sea lo que sea que signifique la palabra “empoderamiento").
Por otro lado, nos enfrentamos al dilema de que ignorar la revolución de las comunicaciones y los cambios que trae aparejados en el mundo del trabajo, las relaciones sociales, la educación y la libre distribución de conocimiento nos dejaría aún más rezagados entre las naciones del planeta. Entonces nos encontramos ante la exigencia de hacer una valoración crítica y planear estratégicamente el uso de las nuevas tecnologías de información y comunicación.
No se puede afirmar que el uso de TICs elimine la exclusión, pero si es altamente probable que su “no apropiación" sí la fomente. Estamos en un mundo que tiende cada día más a la automatización mientras que la red internet supone la mayor redistribución de conocimiento jamás vista por la humanidad y pone al alcance de las comunidades y las personas una herramienta potente de comunicación. Pero el real aprovechamiento de esas potencialidades no viene dado por el mero hecho de “acceder a la computadora", sino más bien por la capacidad de las personas de hacer un uso significativo de esta nueva forma cultural.
Por lo tanto, es imprescindible analizar el impacto de los planes y programas de “conectividad", analizar los entornos donde se van a instalar los centros de “acceso" y trabajar el uso de TICs con una visión que incluya las problemáticas de la pobreza y la marginación, sin olvidar un análisis previo de la infraestructura existente. No sólo se trata de comprar computadoras y llevarlas a las localidades más remotas y/o marginadas, sino evaluar previamente las condiciones en las que se instalará un punto de acceso en materia de energía, arquitectura y necesidades sociales de la localidad.
Esto implica establecer políticas de mediano y largo plazo en materia de TICs, educación, ciencia y tecnología y no simplemente reclamar y mantener planes de conectividad de corto plazo.